31 julio 2006

Rastros

Él se llamaba William Hobe y ella Marta, él era belga, ella argentina. Juntos sumaban más de un siglo. Vivían debajo de la casa de mis padres, eran silenciosos y se los veía poco. Rara vez tuve el secreto privilegio de entrar a la casa de ellos, pero de esas pocas oportunidades rescato el recuerdo alucinado de habitaciones repletas hasta el techo por muñecos multicolores, tristes, afelpados y con ojos a punto de despegarse: Osos, jirafas, vacas, chanchos, tucanes, perros, gatos, de las más variadas formas. William y Marta tenían un auto muy viejo que se desarmaba al andar y alguna vez vinieron con la noticia de que el ventilador de acero del frente había volado quién sabe con que filoso destino. También tenían una especie de remolque en el que William (cual Noé) cargaba todos los fines de semanas parejas y parejas de animales multicolores más todo lo necesario para montar una tienda en algún Parque de diversiones. Algunas latas y unas bolas de trapo hacían el resto. También uno que otro rifle de aire comprimido. William y Marta montaban y desmontaban su tienda como esos circos errantes. Allí se podía probar puntería y llevarse con suerte uno de esos muñecos multicolores que tanto me gustaban.

En una de mis visitas a su casa, Marta me había regalado un conejo celeste que me superaba largamente en tamaño. El conejo durmió junto a mi cama por mucho tiempo hasta que producto de los años y el duro trato que yo le daba comenzó a perder unas simpáticas bolitas de telgopor que le hacían de relleno y así, a mi paso (y al de él) íbamos dejando por la casa un rastro de bolitas blancas. Una mañana mi conejo celeste desapareció y yo embarcado en una especie de locura comencé a dar vuelta cada rincón de mi casa mientras mi madre trataba de calmarme anticipándome que Marta tenía otro muñeco preparado para mí. Lo cierto, es que siguiendo el condenatorio rastro de telgopor llegué a la conclusión de que mi madre lo había tirado a la basura. Las bolitas la delataron y por un tiempo no pude perdonarla por tremenda ofensa.

Sí era cierto que Marta tenía preparado para mí otro muñeco. Ella me pidió que fuera hasta el auto donde William me daría mi nueva mascota. Me acerqué al garage y William como podía con su mano hábil intentaba cortar con una navaja unas tiras que sostenían bultos con muñecos sobre el techo del auto ( Mi padre luego me contó que William había perdido la movilidad de su mano izquierda, en su Bélgica natal, cuándo empujando el auto de un amigo que había quedado atorado en el barro, cayó y fue arrastrado por una de las ruedas que aceleraban a gran velocidad) William cortó una de las tiras y bajó una bolsa, pero en el rápido movimiento se hizo un corte en la mano hábil que lo obligó a soltar el bolsón negro mientras insultaba y se aprisionaba la mano entre las piernas. William se miró su mano y yo también la miré esperando ver el rastro de sangre corriendo por la palma. En cambio, su mano dejó caer una lluvia de bolitas de telgopor. William me miró a los ojos y sin desviarme la mirada metió su mano herida en el bolsón negro, sacó un tremendo oso naranja con ojos celestes y me lo pasó. Sin decir ni gracias y embargado por la emoción subí la escalera hacía mi casa abrazado a mi nuevo oso naranja. Hasta el último escalón sentí que William me miraba, luego volvió a su tarea de descargar bolsas.

21 julio 2006

El humor de Clarín

Viva, la revista de Clarín lo anunció como la nueva gran cosa del humor gráfico. Que era irónico que era sútil, que era preciso. Y ya de entrada un tipo que se hace llamar Jordi y que se dice Catalán pero nació en Uruguay me da mala espina. Lo cierto es que yo de ilustración no sé un corno y por lo tanto lo único que puedo decir es que el nuevo valor de Clarín dibuja muy bonito pero... ¿humor? ahhh...que tiene que ver con la modernidad y que no entiendo nada de humor. Será. En fin que con los "chistes" de Jordi Labanda (¿oriental?)me pasa lo mismo que con casi todo Clarín: Nada. ¿Pero usted dice que vino a reemplazar el espacio vacío que dejó Bucay? Entonces: ¡Bienvenido a la Argentina el gran ilustrador asturiano Jordi Labanda!. ¡Joder!.

19 julio 2006

Tokio

asi comienza Tokio

(así comienza Tokio y estoy viendo como sigue)

(...) “en todas las batallas los primeros en ser vencidos son los ojos”
Tácito. Agrícola Germania. Diálogos sobre los oradores.

1. SILENCIO

Es increíble la cantidad de ruidos que tiene el silencio, ruidos que muchos se pierden por impacientes. Zuum...clack...zuum...clack… hacían de izquierda a derecha y de derecha a izquierda los limpiaparabrisas, barriendo los gotones de lluvia que bajaban desde el techo del auto como en un tobogán. Cada tanto uno de los limpiaparabrisas se trababa, mmmgeeeeek, mmmgeeeeeek... clamaba como ahogada la escobilla de goma friccionando contra el vidrio.

Chuk,chuk,chuk,chuk…repetía insistente el motor en marcha, chuck,chuck,chuck,chuck….repetía. Plick,plick, plick, plick... rebotaban las gotas contra el auto. Pedro “El Rubio” empujó el asiento hacía atrás con sus casi cien kilos, kreeeeeek...crució el asiento. Tic, tac, tic,tac, tic, tac… sonaba el punto rojo en el tablero que avisaba de la luz de stop encendida.

Pedro “El Rubio” estiró el brazo hasta la guantera, kreeeeeeeek... volvió a crujir el asiento cuando se inclinó hacía la derecha. Clac!, sonó en seco la tapa de la guantera que Pedro “El Rubio” destrabó y dejó caer con descuido. Metió su mano ruda en la oscuridad del compartimiento, y con sus dedos gordos y torpes revolvió, hurgando a ciegas. Los ruidos se sucedieron sin orden, confundibles en el montón. Pedro “El Rubio” cesó en la búsqueda, sacó un paquete de pastillas Halls y con la misma mano cerró la guantera, clac!, hizo la traba al encastrar.

Como una rata rascando papeles en la oscuridad, así sonaba el celofán transparente desarmándose en los dedos de Pedro “El Rubio”. A eso le siguió el ruido de la saliva mezclándose con el caramelo. Sruuuuuuuuup, sruuuuuup. Un minuto después la primera mordida, crak!, se rompió la golosina aprisionada contra sus muelas. Sruuuuuuup,sruuuuuup volvió a cobrar protagonismo la saliva.

Zummm, clack....zummm,clack, los limpiaparabrisas, kreeeeek, el respaldar, plic,plic,plic,plic....las gotas de lluvia, sruuuuuuuup,sruuuuuup, la saliva, crack! el caramelo rompiéndose, chuuk,chuuk,chuk...el motor en marcha, tic,tac,tic,tac... la luz de stop en el tablero.

Pedro “El Rubio” empujó su asiento hacía atrás lo más que pudo, haciendo presión con la espalda, creeeeeeeek... levantó la vista, alzó la mano y acomodó el espejo retrovisor, geeeeek...hizo el encastre de plástico. Allí estaba, en el asiento de atrás, todavía sin moverse. Ningún ruido, la pequeña nariz apenas si se modificaba con cada respiración. Imperceptible dejaba escapar una constante respiración muda. Apretaba los labios como nerviosa. Sus ojos rasgados y diminutos se abrían y cerraban como en un tic molesto. Ella no dejaba de mirarlo ni por un instante.

17 julio 2006

Jamais Vu

Lo veo en mi hija, y pienso que sería maravilloso vivir toda la vida con ese don. Ella en su inocencia tiene la extraña aptitud de vivirlo todo con la sorpresa de la primera vez. Sería como vivir con un déjà vu crónico, pero exactamente al revés: Siempre con la sensación de estar descubriendo algo nuevo.

Gracias totales

Este blog es realidad gracias al buen gusto, la paciencia y el padrinazgo de Don F! (El rey de los blogs). Gracias Totales! (una vez más)